La llamada.
- bruceitorment
- 26 jun 2018
- 3 Min. de lectura

Hay veces que me siento invencible. Mis ganas de no sacudir el pasado se retroalimentan con la excusa de que, por primera vez, me siento cómodo conmigo mismo, con la versión de mí que no sigue en aquella calle de Granada esperando, 3 años atrás.
Por respeto, no hablaré de Granada una vez más. Dicen que contar los deseos, hace que no se cumplan, puede que sea cierto, pero cierto también es que contar cosas, te libera de ellas. Al menos creerlo, le da credibilidad al asunto.
Cuando vivo en un sitio, me gusta encontrar algo que me haga sentirme parte de él. Aunque me queje de lo pequeña que esta ciudad, tengo la certeza de que York es una decisión coherente y necesaria en mi vida.
Jamás hice curso alguno de inglés. De hecho, cuando me decían “Hi, there”, yo pensaba que todos eran muy majos y que decían ¡Hola querido! (Hi, Dear). Aclaro, este idioma y yo tampoco somos desconocidos, llevo años entrenando el oído con series, pero son cosas distintas.
El pasado febrero hizo dos años que mi vida recomenzó aquí, dos años de que en 4 cajas metí 8 años de vida en granada, y dos años en los que sigo luchando por hacerme entender.
Comparto oficina con 8 personas. Junto a mi ordenador, está el teléfono común. Lo que significa que todo el mundo espera que sea yo el que coja el teléfono cuando suene. No voy a contar la de veces que deje que el teléfono sonase sin parar, o de las veces que miraba a alguien para que lo cogiese por mí. Solo diré, que 2 años más tarde, no solo contesto sin siquiera pensarlo, sino que hasta negocio precios de reactivos con los distribuidores.
A principios de 2017, mi jefe me propuso pedir una de las becas más importantes de este país. “Tu propio proyecto, Soñar en grande”.
Pasé las dos primeras fases, y la última de ellas consistió en una entrevista frente a 25 personas en Londres. Yo tendría 3 minutos para resumir mi proyecto, y contar alguna que otra novedad respecto a él, y luego ellos de forma brutal me someterían a preguntas durante media hora. Es su trabajo ser los polis malos.
Yo he soltado mi discurso de 3 minutos, que llevaba ensayado a muerte a placer de todos quienes me dieron una mano en estructurarlo. Pero algo iba mal, por más que el discurso era guay y fluía de forma “moderadamente” correcta, Yo no me sentía cómodo con él. Era una camisa prestada, y se me notaba muy pendiente de no mancharla. No había la sensación de confianza que te da hablar a alguien de lo que te apasiona desde del corazón, y en tu idioma.
Sali de esa habitación, con la sensación de no haber hecho un buen trabajo, y no por qué mis respuestas hayan sido terribles, sino porque creía que podía haberlo hecho mucho mejor.
A estas alturas, muchos ya sabéis que no hubo suerte.
Y esto me jode, profundamente. Por que representaba una estabilidad laboral, que de momento necesito para poder ayudar a mi familia, y abrirles el proceso de transición a Europa. Pero eso lejos de vencerme, me recuerda que el teléfono sigue allí. Y que hay otras llamadas que contestar, y muchas otras por hacer. Esto está lejos de ser una llamada perdida en mi agenda. Solo es un recordatorio, de que debo seguir trabajando y de que tengo derecho a fallar, y no sentirme culpable por ello. Por que antes de ser invencible, hay que dejarse vencer.
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