ULTRAVIOLETA
- bruceitorment
- 25 jul 2017
- 3 Min. de lectura

Hace poco conversaba con un desconocido -que ya no lo es tanto - sobre lo pequeña que se nos hacen las ciudades. Me gusta pensar que todo es relativo (Einstein era un visionario); me debato entre si en verdad el mundo es tan chico como parece, o somos nosotros quienes somos muy visibles.
Viví al menos en 3 ciudades distintas durante los últimos 10 años. Creo que no se puede decir que se vive en un sitio, hasta que localizamos el Mercadona más cercano y si viviste en Andalucía, sabes al menos tres formas de llegar a casa durante Semana Santa. Es el rigor mortis de nuestra independencia, cuando nos hacemos un hueco en algún sitio, nos volvemos parte de él. La “república independiente de nuestra casa”, el orgasmo visual de los metros cuadrados que sirven de escenario a los domingos de estar por casa, o a los botellones de los sábados.
Comenzamos por comprar algo para la pared, y terminamos tatuando la casa de cosas que nos recuerdan las cosas que somos. Y nos gusta, porque por naturaleza, meamos cada rincón de lo que creemos nos pertenece, La lluvia dorada de la pertenencia.
Y al igual que con las ciudades, ocurre con las personas.
Nos abrimos una app, y levantamos un copazo de gin tonic emocional por nuestro triunfo desde nuestra vitrina portátil y el poder que ver “como fracasan otros” nos otorga. Nosotros también fracasamos. Lo hacemos en el intento de pretender ser felices con triunfos ajenos, y sin embargo morirnos de la envidia. Antes era más sencillo ser infeliz, realmente se nos notaba la mala suerte.
María y su chico están en Ibiza durante el fin de semana, fotografían cada caloría – Son perfectos.
15 días después, hay movimientos extraños en sus cuentas de Instagram. Las fotos de María dejan de ser con su chico, y comienzan a ser corales. Algunos días, su cuenta se vuelve privada.
A este punto, a nosotros como espectadores, nos despierta el gusanillo y con alegría soltamos un “¡Lo sabíamos!, nadie puede ser “tan feliz”. Señores, hay gente que es feliz, y que no lo publica. Luego estamos otros que somos menos infelices de lo que nuestra red social puede transmitir.
Dos meses y al igual que María, su perfil no es el mismo. Sube menos fotos, y a muchas le acompañan frases de Coelho, Paula Bonet y muchas canciones (si son de Vanesa Martin/Malu, mejor). Es oficial, María y su chico ya no están juntos.
Tenemos un orgasmo existencial.
María esta en Tinder. - «Je suis María»
Creedme, soy el primero, no quiero quedar de erudito sentimental. Sé lo que es hacer de alguien mi ciudad y jamás detenerme a encontrar las tres formas de volver en caso de emergencia. María volverá a los sitios que hizo ciudad con su chico, y se dará cuenta que al final, muchas otras personas han estado y estarán empadronadas en la misma ciudad. María se cansa y va a por la siguiente presa, tiene prisa de hashtags. Y es aquí a donde voy.
Basta de culpar a las ciudades, lo que nos pasa por gilipollas. (Sí, esto ha quedado muy original). En ciencia, la radiación ultravioleta es invisible al ojo humano al estar por encima del espectro visible. Y es precisamente eso lo que nos pasa, queremos ser muy visibles, muy Ultravioleta.
Las ciudades se renuevan constantemente, hay nuevos bares, personas y formas de no aburrirse. A diferencia, nosotros somos más complejos. No reinventamos nuestro “menú” tan fácilmente. Si tienes más de 4 años en Tinder y crees que “nadie merece la pena”, o todos “van a lo que van”, plantéate si tienes claro a lo que vas, o si realmente merece la pena hacer turismo en tu ciudad.
Antes de hacer de Lonely planet de alguien, asegúrate que conoces las tres vías de volver en caso de emergencia. No para regresar a alguien, sino para volver a ti mismo.
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